Adam siempre pensó que ante el error, ante la
vergüenza, ante los grandes fallos, el ser humano tiende a reaccionar de dos
modos: terminan de explotar toda su podredumbre si dan todo por perdido, o
sacan a relucir todo su arrepentimiento en busca de una redención que de
entrada es improbable...probablemente porque también lo dan todo por
perdido.
Él era de los segundos. Siempre lo fue. No por
convicción, ni por decisión, sino por inevitabilidad, porque siempre tuvo una
especial disposición para meterse en situaciones de difícil salida, como si
tuviera una especie de apetito por teñir la realidad de un cierto halo
novelesco, tirando de aquí y de allá, utilizando los medios que la realidad nos
da, para dar a su tibia existencia un nuevo y sorprendente giro argumental.
Aunque la mayoría de las veces él planeara estas pinceladas de color en su
devenir diario como simples entremeses, de intensa y corta duración, como
minúsculos e insignificantes ,aunque placenteros, paréntesis en el camino; y muchas
veces las funciones siguieran en cartel más de lo esperado.
Esto no hace referencia a las mujeres o al
sexo, o al menos no sólo a eso.
Hace referencia a la habilidad principal de
Adam: crear historias. Bueno, eso no sería del todo exacto. Su principal
talento sería más bien saber qué tecla tocar de la realidad mundana para
convertirla en cotidianidad mágica, en una vida corriente, pero como la vemos a
través de la pantalla, o la imaginamos en las páginas de los libros. A veces
sólo era el enfoque, a veces había que ser más atrevidos y saltarse un poco la
raya. De un modo u otro, la innata capacidad de aquel pequeño Adam para
imaginar su vida como una prolongada pieza dramática en la que nada era más que
un giro argumental para llegar a nuevas y emocionantes escenas, había dotado de
un singular instinto para los guiones a su inminente Adam adulto.
Aunque como
ya apunté, decir que crea historias no es del todo cierto. Adam trabaja
como dialoguista y desenterrador, es decir, las productoras le
hacen llegar guiones “a valorar”, como dicen ellos, aunque a Adam le gusta más
clasificarlos como basura. Simple y llanamente eso. Pero Adam sabe reciclar esa
basura. Su porcentaje de guiones “basura” salvados y devueltos a la luz es de
un 70%, dato exageradamente alto si supieran a qué se refiere él cuando dice
“basura”. Es un mago. Alguna de las películas que se han podido ver este año, y
alguna con cierto éxito, eran guiones basura desenterrados y remodelados por
él. Evidentemente su nombre nunca figura en los créditos, cosa que eleva
considerablemente sus honorarios frente a un guionista común. Ante la
imposibilidad de la gloria, él pilló la pasta. O la que le dieron, porque a la
práctica fue menos de la que esperaba. Aún así no podía quejarse. Podía vivir
de escribir aunque no figurase en ningún sitio, en ninguna cubierta de ningún
libro, en ningún crédito de ninguna película. Dice que no es un creador, que es
un moldeador. Y que le vale.
En cualquier caso, la realidad en la que estaba inmerso en aquel momento, mientras caminaba por la calle a paso ligero en dirección a su piso, ya estaba bien nutrida de dramatismo y carga novelesca por sí misma. De hecho, la hubiera rebajado si hubiera estado en sus manos, si tan sólo hubiera sido uno de sus guiones. Hubiera hecho desaparecer esa secuencia, la hubiera quemado. Demasiado suspense, demasiado emocional. Demasiado. Pero una vez más, era su vida. Casi deseaba que algunas cosas no hubieran sucedido nunca, y digo casi porque, si bien desconocía hasta que punto la posibilidad de perderlo todo podía hacerle sufrir, sus hallazgos le hacían creer en la posibilidad de pensar que el dolor podía sanar pronto.
Y Adam caminaba a paso continuo, casi monótono, sintiéndose avergonzado y temeroso como un niño, absolutamente vulnerable sin su varita para cambiar las cosas. Ojalá sólo hiciera falta coger papel y pluma y escribir. Tan sólo escribir.
En cualquier caso, la realidad en la que estaba inmerso en aquel momento, mientras caminaba por la calle a paso ligero en dirección a su piso, ya estaba bien nutrida de dramatismo y carga novelesca por sí misma. De hecho, la hubiera rebajado si hubiera estado en sus manos, si tan sólo hubiera sido uno de sus guiones. Hubiera hecho desaparecer esa secuencia, la hubiera quemado. Demasiado suspense, demasiado emocional. Demasiado. Pero una vez más, era su vida. Casi deseaba que algunas cosas no hubieran sucedido nunca, y digo casi porque, si bien desconocía hasta que punto la posibilidad de perderlo todo podía hacerle sufrir, sus hallazgos le hacían creer en la posibilidad de pensar que el dolor podía sanar pronto.
Y Adam caminaba a paso continuo, casi monótono, sintiéndose avergonzado y temeroso como un niño, absolutamente vulnerable sin su varita para cambiar las cosas. Ojalá sólo hiciera falta coger papel y pluma y escribir. Tan sólo escribir.
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