lunes, 1 de octubre de 2012

Era de los segundos




Adam siempre pensó que ante el error, ante la vergüenza, ante los grandes fallos, el ser humano tiende a reaccionar de dos modos: terminan de explotar toda su podredumbre si dan todo por perdido, o sacan a relucir todo su arrepentimiento en busca de una redención que de entrada es improbable...probablemente porque también lo dan todo por perdido. 

Él era de los segundos. Siempre lo fue. No por convicción, ni por decisión, sino por inevitabilidad, porque siempre tuvo una especial disposición para meterse en situaciones de difícil salida, como si tuviera una especie de apetito por teñir la realidad de un cierto halo novelesco, tirando de aquí y de allá, utilizando los medios que la realidad nos da, para dar a su tibia existencia un nuevo y sorprendente giro argumental. Aunque la mayoría de las veces él planeara estas pinceladas de color en su devenir diario como simples entremeses, de intensa y corta duración, como minúsculos e insignificantes ,aunque placenteros, paréntesis en el camino; y muchas veces las funciones siguieran en cartel más de lo esperado.

Esto no hace referencia a las mujeres o al sexo, o al menos no sólo a eso.

Hace referencia a la habilidad principal de Adam: crear historias. Bueno, eso no sería del todo exacto. Su principal talento sería más bien saber qué tecla tocar de la realidad mundana para convertirla en cotidianidad mágica, en una vida corriente, pero como la vemos a través de la pantalla, o la imaginamos en las páginas de los libros. A veces sólo era el enfoque, a veces había que ser más atrevidos y saltarse un poco la raya. De un modo u otro, la innata capacidad de aquel pequeño Adam para imaginar su vida como una prolongada pieza dramática en la que nada era más que un giro argumental para llegar a nuevas y emocionantes escenas, había dotado de un singular instinto para los guiones a su inminente Adam adulto. 

Aunque como ya apunté, decir que crea historias no es del todo cierto. Adam trabaja como dialoguista y desenterrador, es decir, las productoras le hacen llegar guiones “a valorar”, como dicen ellos, aunque a Adam le gusta más clasificarlos como basura. Simple y llanamente eso. Pero Adam sabe reciclar esa basura. Su porcentaje de guiones “basura” salvados y devueltos a la luz es de un 70%, dato exageradamente alto si supieran a qué se refiere él cuando dice “basura”. Es un mago. Alguna de las películas que se han podido ver este año, y alguna con cierto éxito, eran guiones basura desenterrados y remodelados por él. Evidentemente su nombre nunca figura en los créditos, cosa que eleva considerablemente sus honorarios frente a un guionista común. Ante la imposibilidad de la gloria, él pilló la pasta. O la que le dieron, porque a la práctica fue menos de la que esperaba. Aún así no podía quejarse. Podía vivir de escribir aunque no figurase en ningún sitio, en ninguna cubierta de ningún libro, en ningún crédito de ninguna película. Dice que no es un creador, que es un moldeador. Y que le vale.

En cualquier caso, la realidad en la que estaba inmerso en aquel momento, mientras caminaba por la calle a paso ligero en dirección a su piso, ya estaba bien nutrida de dramatismo y carga novelesca por sí misma. De hecho, la hubiera rebajado si hubiera estado en sus manos, si tan sólo hubiera sido uno de sus guiones. Hubiera hecho desaparecer esa secuencia, la hubiera quemado. Demasiado suspense, demasiado emocional. Demasiado. Pero una vez más, era su vida. Casi deseaba que algunas cosas no hubieran sucedido nunca, y digo casi porque, si bien desconocía hasta que punto la posibilidad de perderlo todo podía hacerle sufrir, sus hallazgos le hacían creer en la posibilidad de pensar que el dolor podía sanar pronto.

Y Adam caminaba a paso continuo, casi monótono, sintiéndose avergonzado y temeroso como un niño, absolutamente vulnerable sin su varita para cambiar las cosas. Ojalá sólo hiciera falta coger papel y pluma y escribir. Tan sólo escribir.




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