lunes, 18 de febrero de 2013

El parpadeo

Mientras observaban los jabalíes devorar famélicos la comida de aquel improvisado picnic nocturno, él aprovechó la coyuntura para aproximarse más a ella. Embrujados por la luz de aquella noche de verano, el silencio no era un problema y la cercanía resultaba efervescente. Con la incauta torpeza de un primer beso, él atinó su tiro, pero la diana no sangró. Los labios de él se posaron en aquella boca que era desde aquella noche su único destino. Ella, sin embargo, escogió devolverle el beso con la mirada, un ósculo tácito pero intenso, tratando de expresarle al corazón de él, el deseo aprisionado en su quietud.

Él, tocado por un corazón que sólo había intuido y ella, tentada de tomar la mano de él, salieron al paso de aquel jardín de medianoche sin dejar del todo de vigilar a las bestias y su festín en honor a la pareja.

Subieron al coche y se escondieron entre risas y ganas de saber del otro. Él condujo tranquilo, feliz y triste a un tiempo, mientras ella le explicaba el cómo y el porqué, con cuidado y recelo, con miedo a empezar a verlo a él.

Acogidos por una ciudad dormida, atravesaron la avenida principal hasta llegar a casa de ella.
Se dieron dos besos y ella se despidió sin epílogos ni rodeos. Y él la correspondió con la mejor de sus sonrisas, tratando que sus ojos le transmitieran la felicidad y ocultaran la tristeza por no verla más, mientras veía como aquella mujer desconocida había obrado en él, tanto tiempo después de nacer, el don de la vida.

Ella entró en su casa y anduvo hasta su cuarto como un autómata. Se afirmó en su postura, y deseó que hubiera sido distinta. Aún con la pena de lo que no había podido ser, se tumbó en su cama y pensó si lo volvería a ver.

Él llegó a casa y decidió reemplazar el malogrado picnic por unas sobras de la nevera. Contemplando cómo el plato giraba hipnóticamente en el microondas, pensó en lo aleatoria que podía ser la vida y la precisión con la que, sin embargo, habían conectado los dos.

Decidido a olvidar lo que no se puede, apagó las luces y se metió en la cama.

A pocos metros de él, su móvil parpadeaba con un aviso de mensaje.


Imagen por Rikki Kasso

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